jueves, 14 de abril de 2011

Capítulo 5: Campanadas

-¡Marchaos! -Ordenó a una de las sombras.
La única respuesta que se oyó fue un gruñido. La que parecía una mujer sonrió.
-¡Cristián! –Gritaron a dúo mientras se acercaban velozmente hacia él.
-¿Qué hacéis aquí?
-Lo mismo que vosotros –Se pavoneó Javi enseñándoles la pluma que guardaba en el bolsillo de su camisa.
-¡Tu! –Apuntó Cristián mirando receloso al chico.
Rápidamente se deshizo en explicaciones ante sus amigos, presentó a Sarah y les narró que al igual que ellos también había sido “llamada”. Mientras tanto, tres figuras se deslizaban siseantes entre la bruma como serpientes. Eran las mismas mujeres que un trimestre atrás les habían advertido de su cometido, salvar Ylumian.
-Bienvenidos. Finalmente el destino os ha unido, magnifico.- La ya conocida por Sarah musitó levemente.
-Airin Frish[1] –Únicamente la chica vio a las imágenes con las que habían estado luchando desaparecer. Se llevó la mano al rostro y acarició su mejilla –Jorge nos está esperando.
Los cuatro se giraron y ascendieron por las escaleras que les habían conducido al subterráneo. Iban rápido, ya fuera por prisa o por miedo; el trío les seguían de cerca.
-¿Para qué le has traído? –Preguntó Cristián de tal manera que solo Víctor pudiera oírle. El segundo se encogió de hombros.
La puerta de piedra permanecía abierta, al igual que la barnizada, atravesaron ambas y por segunda vez en aquella tarde se encontraron en aquel pasillo que bordeaba el lugar. Nada había cambiado, salvo por unos cuantos bancos apartados en un lateral, que dejaban un espacio cuadrangular orlado por cuatro pilares. De espaldas al Cristo, tres asientos ocupaban la primera fila para presenciar la inminente prueba. Las féminas cruzaron de largo y ocuparon sus butacas. Jorge llamó la atención de los jóvenes con un aspaviento de manos, los aludidos se dirigieron hacia él y con una floritura les indicó cual era su sitio. Al tomar asiento Milgacia[2]  inquirió:
-Y bien, ¿Quién será el primero?
Viendo la indiferencia de sus compañeros, Víctor se levantó -Yo mismo…
La pasividad del chico era patente y con suma tranquilidad se situó delante del jurado. Detrás de estas, el capellán con un libro en la mano oró:
-Jidasa erun Dómine pristilat noresot tords dacua inmaculate templu[3].   
Acto seguido un reflejo etéreo ascendió entre las separaciones de los pilares formando una pared invisible a los ojos de todos. Víctor miró hacia atrás y al volver su cabeza al frente observó como una de las mujeres terminaba una oración: 
-Que así sea –Y con un sencillo movimiento de manos, un grupo de espectros semejos a los que atacaron a Javi en el Metro se cernieron en torno a él.
La primera intención de Víctor fue escapar, más no pudo; una fuerza invisible se lo impedía. Al no poder huir, decidió que lo único que podía hacer era luchar. Con aire decido se enderezó, se quitó el abrigo y se remangó. Al ver su determinación los monstruos se dispusieron para el ataque.  Empezaron a cerrar cada vez más el círculo, hasta tal punto que quedó acorralado.
-“Joer”, que he hecho yo para merecer esto –reflexionó. Y con ese pensamiento en la cabeza clavó su mirada en los turbados ojos del más cercano. Este apretó las fauces deseando ponerle las garras encima. Víctor estaba despierto, más atento de lo habitual. Dio un paso hacia atrás, la bestia lo notó y le miró de soslayo. El joven extendió el brazo hasta tocarse el muslo y de improvisto lanzó su chaqueta contra el ser, sujetando un extremo por la manga. Una de las hebillas chocó contra el parpado de la figura obligándola a retroceder, llevando sus zarpas a los ojos. No contento con esto Víctor se lanzó raudo hacia él y con la mano libre le propinó un puñetazo en el maxilar; la bestia perdió el equilibrio y cayó tristemente en el suelo. Víctor sonrió contemplando a su abatido enemigo, pero esta alegría no duró, los restantes avanzaban rabiosos. Retrocedió por instinto, con cada paso se acercaba más y más a aquella barrera invisible, no sin dejar de perder de vista a sus contrincantes. Uno de estos, desenvainó su acero, el moreno chocó con algo, no se giró, debía de ser la pared.
La criatura amago hacia atrás, tomando impulso y alzando ambas manos se preparó para el ataque. Los ojos de Víctor enloquecieron nerviosos porque sabía lo que iba a pasar. En efecto, aquel ser respondió tal y como había previsto; sesgando con la hoja el aire en su dirección. Presto, envolvió su brazo con la chaqueta y cerrando los parpados esperó un milagro, aguardo en silencio. Un sonido metálico resonó en sus oídos. Un peso desconocido le pendía del brazo. Tímidamente abrió los ojos y vio su cazadora hecha jirones.  El peso provenía de un magno escudo, de un fulgor rojizo. La hoja de su oponente se había quedado atascada en algo de la defensa del chico. La bestia bramaba por liberarse de ello. La parte delantera del escudo tenía un relieve con la cabeza de un lobo, en cuyas fauces se encontraba atorada el arma de su agresor. Víctor levantó la cabeza contemplando la situación. Sin pensarlo movió el escudo con gran maestría produciendo un corte profundo en el abdomen del atacante. Cayó muerto. Lleno de emoción, vadeó el cadáver y se dirigió hacia el que se encontraba tirado en el suelo, sin piedad degolló la garganta de este, separando su cabeza del tronco. Con mirada demente se dirigió presto hacia el último de sus oponentes. Ambos, llevaron a cabo el golpe de manera simultánea. La espada del Suneevil[4] se clavó en el muslo de Víctor, mientras que la adarga se internó sin ningún esfuerzo en el corazón de la criatura. El tórax perforado era visible antes los ojos del muchacho, pero aun así el animal seguía en pie. La zarpa cruzo la distancia que les separaba y se aferró a su cuello. Víctor boqueó intentando respirar desesperadamente. El tosco brazo de su enemigo apretó aún con más fuerza, levantando del suelo al Inferí. Afuera sus compañeros gritaban pidiendo el cese de la escaramuza; temían por su vida. Él arrinconado perdiendo la esperanza miró también hacia donde estos se encontraban. Vio sus caras, llenas de sufrimiento y ansiedad, pero lo que realmente buscaba eran los ojos de Cristián. El rubio, no estaba prestando atención a la batalla, ni que Víctor se encontraba contra las cuerdas; le daba igual. Cruzó las piernas y cerró los ojos. Ese acto le dio una idea. Víctor dejo de respirar, conteniendo para sí el aliento. Retiró la mano del mango del broquel y agarro con fiereza la garra de la criatura clavándole las uñas en un intento desesperado de hacerle algún daño. Esta, se mofó produciendo un gruñido semejo a una risa burlona. El chico sonrió y llevando ambos pies al escudo consiguió impulsar el filo del arma sesgando por la mitad a su enemigo.
Al instante se desvaneció dejando al adolescente suspendido en el aire. Segundos después cayó al suelo produciendo un ruido sordo.
-¡Maldito sea! ¡Me ha alcanzado en la pantorrilla!  –El escudo, chorreaba sangre por los afilados bordes al igual que su pierna. Víctor sacudió el objeto para limpiar la sangre símbolo de victoria. Este se curvó y cerró sobre sí mismo, sin dejar rastro ni hendidura de su presencia.
-¡Ha sido impresionante!… –Ironizó Cristián fervoroso, que volvía a la realidad.
-Ha sido genial, ¿Cómo lo has hecho? – Preguntó Javi con admiración.
-La verdad… no lo sé… estaba ahí en medio; y… Reaccioné.
-Si, si, ya te hemos visto todos –Concluyó Sarah mirando con desden la pulsera.
-¿Visteis?, los objetos reaccionan al peligro y emociones de sus dueños, cada uno posee un arma distinta, pero no sabréis con seguridad que forma tendrá hasta que no la probéis. Bien, ¿El siguiente? –Se interesó la morena.
-Javi… ¿Verdad que si Javier? -Indicó Cristián empujándole hacia el círculo.
-Pero, yo no… ¡Ahhhh!... –Pronunció. Sin querer se acababa de dar cuenta de las intenciones del blondo: estaba tratando de proteger a la muchacha.
-Está bien, yo iré.
-¿Es que nadie va a curarme? –Quiso saber Víctor cuyo pantalón estaba empapado en sangre.
-¡Calla! –Le gritó Javi –Que ahora me toca a mí, tú ya tuviste tu momento de gloria.
Se acercó al círculo de batalla, que se selló herméticamente a su alrededor. Sacó prolijamente la pluma de su bolsillo, y movió con delicadeza una de las partes metálicas que ésta tenía. Al girar, algo se activó, empezando a crecer y a ensancharse, hasta transformarse en una larga barra de cristal con suntuosos grabados en torno a ella. Seguidamente el chico palpó uno de los grabados, que se hundió, y dejó al descubierto un par de alas plateadas que adornaban su cúspide.
-¡Anda, cómo mola! -Exclamó boquiabierto.
-Bien, que empiece el duelo –Anunció la Blissarier[5] de bermejos cabellos.
Frente al trigueño, una nueva fila de monstruos se desplegaba, alineada y lista para la carnicería. Sin más dilación, Javi se lanzó contra ellos como un rinoceronte en plena estampida.
Un par de Ilian`s[6], cayeron tras él, mientras avanzaba repartiendo baculazos a diestro y siniestro. Pasado un cuarto de hora, se estaba quedando sin fuerzas, más, seguía propinando certeros golpes a sus contrincantes, al tiempo que esquivaba los suyos propios. En esto que el castaño se despistó, un Ilian le asaltó por la espalda; no pudo reaccionar, y quedó herido por culpa del fornido monstruo. Lleno de ira y cólera, Javi agarró fuertemente su vara y pronunció:
-¡Nepum lasas! [7]
Y una llamarada de un verde intenso brotó del objeto, calcinando todo lo que tenía por delante. Asustados, los abisales corrieron para intentar salvarse; demasiado tarde, habían sucumbido…
Las paredes del círculo, se desvanecieron, dejando salir al mago de su interior, que observaba el polvo y las cenizas que su conjuro había causado. Este caminaba orgulloso al encuentro de sus colegas. Javi lanzó una odiosa mirada a las tres mujeres y vio a la pelirroja sonreír mientras le miraba. Chasqueó los dedos y una sombra negra empezó a aparecer en torno al círculo, justo encima de las cenizas de los cuerpos carbonizados. Esta comenzó poco a poco a tomar forma, convirtiéndose en una ilusión de la señora. La pelirroja ahora se hallaba en el centro del círculo con el mismo báculo que el chico. Javi clavó sus pardos ojos en los nardos de esta; solo se había trasportado de un sitio a otro. Comenzó a andar, al pos que unas llamas verdes la acompañaban. Se dirigía hacia él. Pasó de las miradas del resto de los asistentes y cuando estuvo a su misma altura le dijo:
-Impresionante dominio de la magia. … -Él todavía se aferraba al cayado.
-Gracias…
Mientras Javi vacilaba sobre su hazaña, Sarah se fue acercando al círculo, que sin previo aviso se sello igual que en los combates anteriores. La muchacha tocó el aire y una suave pared se alzó invisible ante ella. Haciendo un ademán con la mano se desató el coletero, liberando de manera grácil su pelo. Este se convirtió en flagelo al tocar el suelo. Era una fusta simple, con una única cola que terminaba en una pica de acero templado.
-Ahora me encargo yo -Objetó Sarah, sin dejar de mirar a Cristián.
Las filas de Ilian`s se alzaron amenazadoras, con espadas en mano y miradas de desprecio hacia su rival.
Sarah, zarandeó el látigo hacia el suelo con la intención de intimidarles. Hacían caso omiso de las aparentes advertencias de su rival y pronto la rodearon al igual que hicieron con Víctor. La mujercita de cabellos castaños, ondeaba su látigo con firmeza; no se dejaría intimidar tan fácilmente. El azote zumbaba contra las duras armaduras de los espíritus, pero rebotaba en cuanto el arma siquiera tocaba la coraza de su portador. Sarah miró horrorizada como sus intentos fallidos eran recibidos con carcajadas por parte de estos.
Notando el temor de la muchacha, lanzaban ráfagas de envites que con soltura esquivaba a cada salto.  Cada vez requería más esfuerzo, sin duda su reserva de energía no era tan grande como la de los varones. Sus amigos, observaban expectantes el duelo, aún así, no podían dejar de temer por si resultaba herida, sobre todo su amado, que era un manojo de nervios. Para asombro de todos, la guerrera alzó súbitamente el látigo y asestó un brutal golpe, lanzando varios metros atrás a los cuatro Ilian´s, cayendo inexplicablemente muertos.  El golpe a simple vista, no había sido nada fuera de lo normal.
-Bharreal discent[8]… -La barrera brilló finalmente y desapareciendo permitió la salida de Sarah. Varcaal[9], la segunda del triunvirato, se dirigió a Cristián, que se encontraba ya a pocos pasos del recinto -Y por fin, el último de los Inferís; pero antes, muchacho, ¿Porqué has sido el último en luchar? ¿Miedo quizás?
-No sé por qué habría de tenerlo, tu séquito parece bueno… espero que den la talla –Puntualizó Cristián sin perder la concentración.
El rubio se postró de rodillas en el centro del círculo. Inmediatamente ante él aparecieron cinco contrincantes.
-No sé cómo vas a superar la prueba. No portas tu odagel[10] - Le recriminó con una sonrisa malévola.
De pronto ante su asombro, el pecho de Sarah empezó a brillar, y como si de un rayo de sol se tratase, una fina luz brotó de él reflejándose en la mano de su pareja.
Cristián extendió la palma desnuda, y comenzó arder. Aun así la dejó suspendida en el aire. Al instante se encontró sosteniendo una majestuosa espada, muy larga, con finos grabados en la empuñadura, y profundas muescas en su hoja, labrada a juego con el sello.
 Al percatarse de que el Inferí ya portaba su arma la mujer ordenó a los soldados que comenzaran el ataque.
-¡Des far sefinis![11] -Gritó al aire.
Uno de la mesnada avanzó, y lanzó un veloz ataque contra el muchacho haciéndole perder el equilibrio. El paladín volvió a arrodillarse; a duras penas paró el golpe. Pícaro y aprovechando la ocasión pudo clavar su temple en el abultado pecho del Ilian, que se desvaneció, al igual que todos los anteriores. Ante esto, los guerreros siguieron a su igual, clamando venganza, propinando una serie de ataques a cada cual más violento que el anterior.
Los Ilian’s avasallaban al chico con sus golpes, más el rubio no parecía tener dificultad en pararlos. Al cabo de varios minutos, Cristián miró a la dama y con presunción dijo -¿Suficiente?, acabemos con esto.
Y dicho esto, ahora era él, el que asestaba duras sacudidas a sus adversarios. Un destello, una chispa; aquello era una maraña de espadas entrelazadas.
-Ya solo queda uno –Murmuró para sus adentros.
Finalmente su espada se hundió en la cavidad torácica del último de los espectros, que escupiendo una bocanada de sangre se evaporo.
Se colocó orgulloso ante la Blissarieri[12] y sin quitarla ojo inició su caminata hacia sus amigos. Los labios de la musa se movieron, sellando nuevamente la cámara; creyó que el Inferí no se había dado cuenta… Se equivocaba.
Detrás de él un nuevo adversario alzaba un asta, que en el caso de caer iría a parar a su nuca. Así pues el Ilian desató su furia desatando el ataque.
El hierro silbaba al tiempo que se acercaba al cuello del elegido. Centímetros fueron lo que hubiera necesitado el Ilian para matar a Cristián; este había doblado el brazo e interpuso el filo de su espada con la del otro, impidiendo la catástrofe. Dándose la vuelta casi al mismo tiempo, sesgó la cintura del Suneevil.
En ese momento las campanas de la catedral comenzaron a sonar, haciendo saber que una nueva hora llegaba. El campeón alzó su arma y atacando al aire rasgó la barrera de la hechicera, esta se desquebrajo dejándole salir de una vez, casi al tiempo que el décimo badajo hacia redoblar el carillón.


[1] Marchad, aprisa.
[2] Primera enviada de la Trinidad. Ella junto con sus hermanas forman “El Aclame”.
[3] Que el cristal inmaculado no dañe nuestro templo.     

[4] Nombre genérico con el que se designa a la casta de Espectros invocados.
[5] Titulo con el que se designa a las mensajeras de Ylumian.
[6] Entes pertenecientes a la clase Suneevil.
[7] Gracia del inepto.
[8] Desciende ya, muralla.
[9] Segunda enviada de la Trinidad. Ella junto con sus hermanas forman “El Aclame”.
[10] Nombre que reciben los objetos de los elegidos.
[11] Acabar con él.
[12] Designación en singular.