jueves, 14 de abril de 2011

Capítulo 5: Campanadas

-¡Marchaos! -Ordenó a una de las sombras.
La única respuesta que se oyó fue un gruñido. La que parecía una mujer sonrió.
-¡Cristián! –Gritaron a dúo mientras se acercaban velozmente hacia él.
-¿Qué hacéis aquí?
-Lo mismo que vosotros –Se pavoneó Javi enseñándoles la pluma que guardaba en el bolsillo de su camisa.
-¡Tu! –Apuntó Cristián mirando receloso al chico.
Rápidamente se deshizo en explicaciones ante sus amigos, presentó a Sarah y les narró que al igual que ellos también había sido “llamada”. Mientras tanto, tres figuras se deslizaban siseantes entre la bruma como serpientes. Eran las mismas mujeres que un trimestre atrás les habían advertido de su cometido, salvar Ylumian.
-Bienvenidos. Finalmente el destino os ha unido, magnifico.- La ya conocida por Sarah musitó levemente.
-Airin Frish[1] –Únicamente la chica vio a las imágenes con las que habían estado luchando desaparecer. Se llevó la mano al rostro y acarició su mejilla –Jorge nos está esperando.
Los cuatro se giraron y ascendieron por las escaleras que les habían conducido al subterráneo. Iban rápido, ya fuera por prisa o por miedo; el trío les seguían de cerca.
-¿Para qué le has traído? –Preguntó Cristián de tal manera que solo Víctor pudiera oírle. El segundo se encogió de hombros.
La puerta de piedra permanecía abierta, al igual que la barnizada, atravesaron ambas y por segunda vez en aquella tarde se encontraron en aquel pasillo que bordeaba el lugar. Nada había cambiado, salvo por unos cuantos bancos apartados en un lateral, que dejaban un espacio cuadrangular orlado por cuatro pilares. De espaldas al Cristo, tres asientos ocupaban la primera fila para presenciar la inminente prueba. Las féminas cruzaron de largo y ocuparon sus butacas. Jorge llamó la atención de los jóvenes con un aspaviento de manos, los aludidos se dirigieron hacia él y con una floritura les indicó cual era su sitio. Al tomar asiento Milgacia[2]  inquirió:
-Y bien, ¿Quién será el primero?
Viendo la indiferencia de sus compañeros, Víctor se levantó -Yo mismo…
La pasividad del chico era patente y con suma tranquilidad se situó delante del jurado. Detrás de estas, el capellán con un libro en la mano oró:
-Jidasa erun Dómine pristilat noresot tords dacua inmaculate templu[3].   
Acto seguido un reflejo etéreo ascendió entre las separaciones de los pilares formando una pared invisible a los ojos de todos. Víctor miró hacia atrás y al volver su cabeza al frente observó como una de las mujeres terminaba una oración: 
-Que así sea –Y con un sencillo movimiento de manos, un grupo de espectros semejos a los que atacaron a Javi en el Metro se cernieron en torno a él.
La primera intención de Víctor fue escapar, más no pudo; una fuerza invisible se lo impedía. Al no poder huir, decidió que lo único que podía hacer era luchar. Con aire decido se enderezó, se quitó el abrigo y se remangó. Al ver su determinación los monstruos se dispusieron para el ataque.  Empezaron a cerrar cada vez más el círculo, hasta tal punto que quedó acorralado.
-“Joer”, que he hecho yo para merecer esto –reflexionó. Y con ese pensamiento en la cabeza clavó su mirada en los turbados ojos del más cercano. Este apretó las fauces deseando ponerle las garras encima. Víctor estaba despierto, más atento de lo habitual. Dio un paso hacia atrás, la bestia lo notó y le miró de soslayo. El joven extendió el brazo hasta tocarse el muslo y de improvisto lanzó su chaqueta contra el ser, sujetando un extremo por la manga. Una de las hebillas chocó contra el parpado de la figura obligándola a retroceder, llevando sus zarpas a los ojos. No contento con esto Víctor se lanzó raudo hacia él y con la mano libre le propinó un puñetazo en el maxilar; la bestia perdió el equilibrio y cayó tristemente en el suelo. Víctor sonrió contemplando a su abatido enemigo, pero esta alegría no duró, los restantes avanzaban rabiosos. Retrocedió por instinto, con cada paso se acercaba más y más a aquella barrera invisible, no sin dejar de perder de vista a sus contrincantes. Uno de estos, desenvainó su acero, el moreno chocó con algo, no se giró, debía de ser la pared.
La criatura amago hacia atrás, tomando impulso y alzando ambas manos se preparó para el ataque. Los ojos de Víctor enloquecieron nerviosos porque sabía lo que iba a pasar. En efecto, aquel ser respondió tal y como había previsto; sesgando con la hoja el aire en su dirección. Presto, envolvió su brazo con la chaqueta y cerrando los parpados esperó un milagro, aguardo en silencio. Un sonido metálico resonó en sus oídos. Un peso desconocido le pendía del brazo. Tímidamente abrió los ojos y vio su cazadora hecha jirones.  El peso provenía de un magno escudo, de un fulgor rojizo. La hoja de su oponente se había quedado atascada en algo de la defensa del chico. La bestia bramaba por liberarse de ello. La parte delantera del escudo tenía un relieve con la cabeza de un lobo, en cuyas fauces se encontraba atorada el arma de su agresor. Víctor levantó la cabeza contemplando la situación. Sin pensarlo movió el escudo con gran maestría produciendo un corte profundo en el abdomen del atacante. Cayó muerto. Lleno de emoción, vadeó el cadáver y se dirigió hacia el que se encontraba tirado en el suelo, sin piedad degolló la garganta de este, separando su cabeza del tronco. Con mirada demente se dirigió presto hacia el último de sus oponentes. Ambos, llevaron a cabo el golpe de manera simultánea. La espada del Suneevil[4] se clavó en el muslo de Víctor, mientras que la adarga se internó sin ningún esfuerzo en el corazón de la criatura. El tórax perforado era visible antes los ojos del muchacho, pero aun así el animal seguía en pie. La zarpa cruzo la distancia que les separaba y se aferró a su cuello. Víctor boqueó intentando respirar desesperadamente. El tosco brazo de su enemigo apretó aún con más fuerza, levantando del suelo al Inferí. Afuera sus compañeros gritaban pidiendo el cese de la escaramuza; temían por su vida. Él arrinconado perdiendo la esperanza miró también hacia donde estos se encontraban. Vio sus caras, llenas de sufrimiento y ansiedad, pero lo que realmente buscaba eran los ojos de Cristián. El rubio, no estaba prestando atención a la batalla, ni que Víctor se encontraba contra las cuerdas; le daba igual. Cruzó las piernas y cerró los ojos. Ese acto le dio una idea. Víctor dejo de respirar, conteniendo para sí el aliento. Retiró la mano del mango del broquel y agarro con fiereza la garra de la criatura clavándole las uñas en un intento desesperado de hacerle algún daño. Esta, se mofó produciendo un gruñido semejo a una risa burlona. El chico sonrió y llevando ambos pies al escudo consiguió impulsar el filo del arma sesgando por la mitad a su enemigo.
Al instante se desvaneció dejando al adolescente suspendido en el aire. Segundos después cayó al suelo produciendo un ruido sordo.
-¡Maldito sea! ¡Me ha alcanzado en la pantorrilla!  –El escudo, chorreaba sangre por los afilados bordes al igual que su pierna. Víctor sacudió el objeto para limpiar la sangre símbolo de victoria. Este se curvó y cerró sobre sí mismo, sin dejar rastro ni hendidura de su presencia.
-¡Ha sido impresionante!… –Ironizó Cristián fervoroso, que volvía a la realidad.
-Ha sido genial, ¿Cómo lo has hecho? – Preguntó Javi con admiración.
-La verdad… no lo sé… estaba ahí en medio; y… Reaccioné.
-Si, si, ya te hemos visto todos –Concluyó Sarah mirando con desden la pulsera.
-¿Visteis?, los objetos reaccionan al peligro y emociones de sus dueños, cada uno posee un arma distinta, pero no sabréis con seguridad que forma tendrá hasta que no la probéis. Bien, ¿El siguiente? –Se interesó la morena.
-Javi… ¿Verdad que si Javier? -Indicó Cristián empujándole hacia el círculo.
-Pero, yo no… ¡Ahhhh!... –Pronunció. Sin querer se acababa de dar cuenta de las intenciones del blondo: estaba tratando de proteger a la muchacha.
-Está bien, yo iré.
-¿Es que nadie va a curarme? –Quiso saber Víctor cuyo pantalón estaba empapado en sangre.
-¡Calla! –Le gritó Javi –Que ahora me toca a mí, tú ya tuviste tu momento de gloria.
Se acercó al círculo de batalla, que se selló herméticamente a su alrededor. Sacó prolijamente la pluma de su bolsillo, y movió con delicadeza una de las partes metálicas que ésta tenía. Al girar, algo se activó, empezando a crecer y a ensancharse, hasta transformarse en una larga barra de cristal con suntuosos grabados en torno a ella. Seguidamente el chico palpó uno de los grabados, que se hundió, y dejó al descubierto un par de alas plateadas que adornaban su cúspide.
-¡Anda, cómo mola! -Exclamó boquiabierto.
-Bien, que empiece el duelo –Anunció la Blissarier[5] de bermejos cabellos.
Frente al trigueño, una nueva fila de monstruos se desplegaba, alineada y lista para la carnicería. Sin más dilación, Javi se lanzó contra ellos como un rinoceronte en plena estampida.
Un par de Ilian`s[6], cayeron tras él, mientras avanzaba repartiendo baculazos a diestro y siniestro. Pasado un cuarto de hora, se estaba quedando sin fuerzas, más, seguía propinando certeros golpes a sus contrincantes, al tiempo que esquivaba los suyos propios. En esto que el castaño se despistó, un Ilian le asaltó por la espalda; no pudo reaccionar, y quedó herido por culpa del fornido monstruo. Lleno de ira y cólera, Javi agarró fuertemente su vara y pronunció:
-¡Nepum lasas! [7]
Y una llamarada de un verde intenso brotó del objeto, calcinando todo lo que tenía por delante. Asustados, los abisales corrieron para intentar salvarse; demasiado tarde, habían sucumbido…
Las paredes del círculo, se desvanecieron, dejando salir al mago de su interior, que observaba el polvo y las cenizas que su conjuro había causado. Este caminaba orgulloso al encuentro de sus colegas. Javi lanzó una odiosa mirada a las tres mujeres y vio a la pelirroja sonreír mientras le miraba. Chasqueó los dedos y una sombra negra empezó a aparecer en torno al círculo, justo encima de las cenizas de los cuerpos carbonizados. Esta comenzó poco a poco a tomar forma, convirtiéndose en una ilusión de la señora. La pelirroja ahora se hallaba en el centro del círculo con el mismo báculo que el chico. Javi clavó sus pardos ojos en los nardos de esta; solo se había trasportado de un sitio a otro. Comenzó a andar, al pos que unas llamas verdes la acompañaban. Se dirigía hacia él. Pasó de las miradas del resto de los asistentes y cuando estuvo a su misma altura le dijo:
-Impresionante dominio de la magia. … -Él todavía se aferraba al cayado.
-Gracias…
Mientras Javi vacilaba sobre su hazaña, Sarah se fue acercando al círculo, que sin previo aviso se sello igual que en los combates anteriores. La muchacha tocó el aire y una suave pared se alzó invisible ante ella. Haciendo un ademán con la mano se desató el coletero, liberando de manera grácil su pelo. Este se convirtió en flagelo al tocar el suelo. Era una fusta simple, con una única cola que terminaba en una pica de acero templado.
-Ahora me encargo yo -Objetó Sarah, sin dejar de mirar a Cristián.
Las filas de Ilian`s se alzaron amenazadoras, con espadas en mano y miradas de desprecio hacia su rival.
Sarah, zarandeó el látigo hacia el suelo con la intención de intimidarles. Hacían caso omiso de las aparentes advertencias de su rival y pronto la rodearon al igual que hicieron con Víctor. La mujercita de cabellos castaños, ondeaba su látigo con firmeza; no se dejaría intimidar tan fácilmente. El azote zumbaba contra las duras armaduras de los espíritus, pero rebotaba en cuanto el arma siquiera tocaba la coraza de su portador. Sarah miró horrorizada como sus intentos fallidos eran recibidos con carcajadas por parte de estos.
Notando el temor de la muchacha, lanzaban ráfagas de envites que con soltura esquivaba a cada salto.  Cada vez requería más esfuerzo, sin duda su reserva de energía no era tan grande como la de los varones. Sus amigos, observaban expectantes el duelo, aún así, no podían dejar de temer por si resultaba herida, sobre todo su amado, que era un manojo de nervios. Para asombro de todos, la guerrera alzó súbitamente el látigo y asestó un brutal golpe, lanzando varios metros atrás a los cuatro Ilian´s, cayendo inexplicablemente muertos.  El golpe a simple vista, no había sido nada fuera de lo normal.
-Bharreal discent[8]… -La barrera brilló finalmente y desapareciendo permitió la salida de Sarah. Varcaal[9], la segunda del triunvirato, se dirigió a Cristián, que se encontraba ya a pocos pasos del recinto -Y por fin, el último de los Inferís; pero antes, muchacho, ¿Porqué has sido el último en luchar? ¿Miedo quizás?
-No sé por qué habría de tenerlo, tu séquito parece bueno… espero que den la talla –Puntualizó Cristián sin perder la concentración.
El rubio se postró de rodillas en el centro del círculo. Inmediatamente ante él aparecieron cinco contrincantes.
-No sé cómo vas a superar la prueba. No portas tu odagel[10] - Le recriminó con una sonrisa malévola.
De pronto ante su asombro, el pecho de Sarah empezó a brillar, y como si de un rayo de sol se tratase, una fina luz brotó de él reflejándose en la mano de su pareja.
Cristián extendió la palma desnuda, y comenzó arder. Aun así la dejó suspendida en el aire. Al instante se encontró sosteniendo una majestuosa espada, muy larga, con finos grabados en la empuñadura, y profundas muescas en su hoja, labrada a juego con el sello.
 Al percatarse de que el Inferí ya portaba su arma la mujer ordenó a los soldados que comenzaran el ataque.
-¡Des far sefinis![11] -Gritó al aire.
Uno de la mesnada avanzó, y lanzó un veloz ataque contra el muchacho haciéndole perder el equilibrio. El paladín volvió a arrodillarse; a duras penas paró el golpe. Pícaro y aprovechando la ocasión pudo clavar su temple en el abultado pecho del Ilian, que se desvaneció, al igual que todos los anteriores. Ante esto, los guerreros siguieron a su igual, clamando venganza, propinando una serie de ataques a cada cual más violento que el anterior.
Los Ilian’s avasallaban al chico con sus golpes, más el rubio no parecía tener dificultad en pararlos. Al cabo de varios minutos, Cristián miró a la dama y con presunción dijo -¿Suficiente?, acabemos con esto.
Y dicho esto, ahora era él, el que asestaba duras sacudidas a sus adversarios. Un destello, una chispa; aquello era una maraña de espadas entrelazadas.
-Ya solo queda uno –Murmuró para sus adentros.
Finalmente su espada se hundió en la cavidad torácica del último de los espectros, que escupiendo una bocanada de sangre se evaporo.
Se colocó orgulloso ante la Blissarieri[12] y sin quitarla ojo inició su caminata hacia sus amigos. Los labios de la musa se movieron, sellando nuevamente la cámara; creyó que el Inferí no se había dado cuenta… Se equivocaba.
Detrás de él un nuevo adversario alzaba un asta, que en el caso de caer iría a parar a su nuca. Así pues el Ilian desató su furia desatando el ataque.
El hierro silbaba al tiempo que se acercaba al cuello del elegido. Centímetros fueron lo que hubiera necesitado el Ilian para matar a Cristián; este había doblado el brazo e interpuso el filo de su espada con la del otro, impidiendo la catástrofe. Dándose la vuelta casi al mismo tiempo, sesgó la cintura del Suneevil.
En ese momento las campanas de la catedral comenzaron a sonar, haciendo saber que una nueva hora llegaba. El campeón alzó su arma y atacando al aire rasgó la barrera de la hechicera, esta se desquebrajo dejándole salir de una vez, casi al tiempo que el décimo badajo hacia redoblar el carillón.


[1] Marchad, aprisa.
[2] Primera enviada de la Trinidad. Ella junto con sus hermanas forman “El Aclame”.
[3] Que el cristal inmaculado no dañe nuestro templo.     

[4] Nombre genérico con el que se designa a la casta de Espectros invocados.
[5] Titulo con el que se designa a las mensajeras de Ylumian.
[6] Entes pertenecientes a la clase Suneevil.
[7] Gracia del inepto.
[8] Desciende ya, muralla.
[9] Segunda enviada de la Trinidad. Ella junto con sus hermanas forman “El Aclame”.
[10] Nombre que reciben los objetos de los elegidos.
[11] Acabar con él.
[12] Designación en singular.

Capítulo 4: Nobleza

Solo tres meses habían trascurrido desde aquellos increíbles sucesos, sin embargo, nada había cambiado, salvo que Javi y Víctor habían vuelto a ser amigos tras un par de llamadas telefónicas. Eran compañeros de colegio, se conocían desde siempre y una disputa amorosa no era razón suficiente para separarles. Era primavera y los árboles comenzaban a florecer, llenando de savia sus troncos, dándoles la impresión de estar plastificados. Los chicos se encontraban tirados en un banco, cuyas patas estaban corroídas y oxidadas debido al desgaste del tiempo. Víctor se había apoltronado sobre Javi, y observaba a un grupo de palomas picotear el suelo en busca de alimento. Mientras tanto el otro se había quedado dormido sobre el respaldo del asiento, dejándole la cabeza colgando para atrás. Víctor, harto del muermo de su amigo, se incorporó, dándole una colleja en la nuca.
-¡Despierta!, que ya tendrás tiempo de dormir esta noche – Recriminó a su compañero aún amodorrado.
-Ya ves lo que es comer a deshoras…que luego te entra el sueñecillo –Dijo cabeceando.
-Bueno, ¿qué hacemos?  –Preguntó Víctor tocándose el pelo.
-¡Yo que sé!, vamos a un parque, o vamos a buscar a Ángela o… -Sugirió Javi algo más espabilado.
-No me hables de parques, ni de Ángela, ¿te puedes creer que me ha desadmitido del MSN?, que llevo unos días que no puedo dejar de pensar en otra cosa, y sin pegar ojo… -Se quejó Víctor moviendo la cabeza de un lado a otro -Íbamos Cristián y yo por el parque cuando…
-¡Todavía sigues quedando con ese!  - Exclamó horrorizado pues no le caía muy bien.
-Que pasa, no te enfades ¿Quieres?  –Respondió con una media sonrisa – Verás, estábamos dando una vuelta por “La fuente del berro”, cuando apareció una niebla que comenzó a inundarlo todo. Nosotros avanzamos entre ella y sin saber cómo llegamos a una especie de cementerio en el que una mujer nos dijo que éramos los elegidos…
-Sí, a Alfonsa…bueno, a mí, me pasó algo parecido en el Metro –Comentó Javi hablando solo; no estaba prestando atención a su compañero.
- Eso quiere decir que… -Comenzó Víctor.
-¿Qué tenemos hambre?  –Prorrumpió Javi.
-No... Eso quiere decir que ¡Somos los Elegidos! –Respondió contrariado por la contestación de su amigo -Hay que ir a buscar a Cristián -avisó rápidamente.
-Buff…Ésta bien… -Accedió Javi con cara de fastidio.
Se levantaron del banco, y corrieron hasta la casa del zagal, que se encontraba dos calles más allá. Cuando llegaron llamaron al telefonillo de un manotazo, dando a varios pisos a la vez.
-¿Quién es? –preguntó una voz anciana.
-Cartero de correos ¿me puede abrir por favor? –Mintió Javi haciéndose pasar por el mensajero para que le dejase entrar.
-Sí, espere un momento –Solicitó el viejo al tiempo que la puerta se abría con un pitido.
-No me puedo creer que haya funcionado –Se extrañó Víctor quedando anonadado.
-Ni yo
Impacientes, subieron de dos en dos las escaleras de mármol, hasta que llegaron frente a su puerta, el 2º D. Esta vez fue Víctor quien llamó al timbre, acto seguido les recibió la madre del joven.
-Cuanto tiempo sin vernos, ¿Qué tal?, pasad no os quedéis ahí fuera -Invitó la hospitalaria mujer.
-No, gracias María Dolores, ¿Está Cristián? –Preguntó Víctor con frialdad.
-No, no está, salió anoche con una amiga y aun no ha vuelto… -Explicó su madre tocándose el delantal. Al igual que su hijo era rubia, llevaba el pelo corto, estaba más bien delgada, y algunas de sus aficiones eran leer y cocinar -Lleva ya algún tiempo con ella…
-¡Ah, vale! gracias –Dijo Víctor al tiempo que se tocaba una ceja -Hasta luego – Terminó despidiéndose con la mano.
-Adiós –Sonrió cerrando la puerta de su casa.
-Hay que ver, unas veces está dándonos el coñazo para que salgamos y cuando venimos a buscarle, no está; es que de verdad; que vergüenza… -Refunfuñó Javi indignado bajando los escalones.
-Bueno, y qué más da, vayamos a buscarle, creo que sé dónde está… -Atestiguó Víctor muy seguro de sí mismo.
Y así, emprendieron la marcha hacia donde según él,  allí estaría su amigo. Tras coger el metro y cruzar varias calles e innumerables pasos de cebra, los adolescentes se toparon con unas verjas de duro hierro. Las puertas del lugar estaban abiertas, el camino al igual que el día era hermoso, las fuentes emanaban agua clara y limpia y el césped estaba recién podado dejando un dulce aroma en el ambiente. El jardín de Sabatini, estaba situado justo al lado del Palacio Real, prácticamente desde la construcción del mismo. Los muchachos subieron por la escalinata de pedernal y avanzaron presurosos por la travesía. El cambio de guardia se estaba llevando a cabo; donde alabarderos y hombres a caballo rotaban sus posiciones con sus compañeros. Los chicos no hicieron ningún caso. Pasaron de largo la Catedral de La Almudena y girando a mano derecha descendieron calle abajo, viendo en la lejanía el final de su caminar. Unas escaleritas ascendían internándose en los pilares bajos de la Catedral. Subieron los peldaños terminando estos en un pequeño recibidor. Unas bastas puertas de madera recibían a los recién llegados. El portón de la derecha estaba entreabierto, indicando que el lugar aún no había sido cerrado. Víctor, seguido de Javi, se encaminó con la intención de traspasar el umbral. En el momento en el cual alargaba la mano para empujar el madero, éste cedió hacia atrás apareciendo un hombre con sotana blanca y alzacuellos. Era mayor con el poco pelo que le quedaba cano, su estola le caía por los hombros sobrepasando la cintura, distinguiendo su posición.
-No se puede pasar, está cerrado.
-Pero verá un… -Intentaron explicar los chavales.
-Lo siento, pero no –Dijo levantando la mano e insinuándoles amablemente la salida con un gesto -El horario de visitas ha terminado, volved mañana.
Con rabia en sus ojos Víctor se giró y llevándose desinteresadamente la mano a la nuca dejó visible la pulsera. El capellán contempló asombrado el brazal del moreno. Sin dudarlo, alargó sus huesudas manos hacia el brazo del tiznado para examinar mejor la alhaja.
-¿Qué hace? –Preguntó incomodo viendo la repentina ansia del anciano.
-Por fin han elegido sucesores…

jueves, 7 de abril de 2011

Capítulo 3: ¿Coincidencia?

Al concluir, dos fornidos hombres con vendas en los ojos y grandes espadas colgadas al costado aparecieron tras ella. Cargaban un lujoso estuche.
-Tomad, es vuestro, es un presente de nuestros señores, vosotros seréis los que traigáis la paz a Ylumian –hizo una pequeña pausa y prosiguió –No temas, no serás la única en esta cruzada. A mí no me está permitido revelar nada más, lo único, advertiros de que a partir de ahora no estaréis seguros en ninguna parte, así que tened cuidado… –Explicó la mujer mirando a Sarah que asentía con la cabeza.
-¿Entonces se supone que nosotros tenemos que ayudaros?
-Así es.
-Y bien… ¿Cómo se supone que lo haremos?
-Con esto –Dijo ordenando a un guerrero que traspasara el cofre a su legítima dueña –El objeto del interior esconde un secreto que deberás descubrir llegado su momento. Una vez activado, adquirirá forma y poder, pero has de usarlo con cabeza… ¿Entiendes? -Preguntó a la encamada.
-Creo que si… -Respondió poco convencida -Que son únicos, y que si por alguna casualidad los perdiéramos sería el fin. ¿Verdad?
-Veo que lo has comprendido, a mas ver mi joven Inferí[1] -Ultimó desapareciendo.
Con mucho esfuerzo, Sarah se deslizó hacia el borde de la cama y miró la caja. Era de un verde oscuro, dando cabida a un árbol envuelto en blancas llamas en su cubierta. Tocó el joyero y se notó levemente conectada a él. Con cuidado abrió el broche y vio un coletero con un zafiro incrustado. Otras piedras preciosas recorrían la estructura del objeto que brillaba aún en la oscuridad. Temblando cogió el presente, justo cuando ya lo había sacado del arca un fogonazo iluminó la sala, y la urna se desvaneció. Extrañada se hizo una coleta en el pelo y sonrió al pos que se acomodaba para volver a dormirse, esta vez si hasta el amanecer.
A la mañana siguiente el trinar de los pájaros y el dulce olor a hierba la despertó. Una enfermera atendía los vendajes de la bella muchacha mientras los fijaba con esparadrapo. Sarah miró la puerta y ésta se abrió.
El doctor que un día atrás la había atendido, ahora le extendía el alta para que pudiera marchar si así lo deseaba. Sarah aguardó a que le trajeran sus enseres y ropa. Se vistió aprisa y tirando del coletero dejo suelto su pelo, sonrió contenta y salió de la habitación.
De vuelta a la vida normal, se vio libre al no estar enclaustrada entre cuatro paredes. Frente a ella, un apuesto chaval de cabellos dorados la observaba sin apenas parpadear. La otra se acercó a él  y sin pudor alguno le preguntó:
-¿Fuiste tú el que me salvó la vida? -Dijo centrando sus verdes ojos en los azules de aquel desconocido. El corazón de Cristian empezó a palpitar rápido, sus palabras se convertían en latidos profundos. Por fin y con un nudo en el estómago respondió.
-Sí… -Balbuceó mientras veía a Sarah llevar puesto su colgante. Sonrió. Éste pendía hacia su escote, obligando al muchacho a desviar la vista nuevamente a su rostro. Se sonrojó y apartó los ojos de los del chico. Cristián la miró por última vez y se encaminó hacia un extremo de la calle, dejándola a las puertas del hospital. Caminaba lento, esperando que aquella dulce voz le retuviera, más no fue así.
Unas manos agarraron su cazadora, obligándole a girar, encontrándose finalmente con los tiernos labios de la nogalina. Durante varios minutos ambos probaron el uno del otro. Sarah se despegó de él y casi en un susurro le dijo:
-Gracias… -Y dándole un beso de despedida se alejó, dejando a Cristián contemplando su marcha. –Nos veremos –Aseguró doblando la esquina.
Éste emprendió la vuelta a su casa, aún pensativo por lo recién ocurrido. Al llegar, encendió su ordenador y se conectó al Messenger. Mientras iniciaba sesión rebuscó en la cazadora su móvil. No lo encontró. Tan solo un papel en el que se hallaba escrita una extraña dirección electrónica. Agarrando el papel con delicadeza, se deshizo de la cazadora arrojándola al centro de la cama. Una vez dentro introdujo la dirección. En ese preciso momento el timbre de su casa sonaba con fuerza. Víctor entró como si tal cosa cuando Cristián le abrió la puerta.
Él también tiró la cazadora y se dejó caer en la cama de su amigo. Acostumbrado, hizo caso omiso al recién llegado y vio una ventanita parpadear en su pantalla. Éste pinchó y leyó:
¿Has perdido tu móvil?
Cristián contestó afirmativamente. Víctor que había encendido la consola le preguntó:
-¿Cuántas hojas llevamos? -Dijo mientras asestaba sendos ataques en el juego.
-¿Ehh? -Dijo meditabundo. Acababa de recibir otro correo -Un momento… -Exigió mientras leía la pantalla de su PC.
¿Lo quieres?
De nuevo respondió que sí.
-¿Qué, cuántas hojas llevamos? -Preguntó Cristián cogiendo un mando y agregándose a la partida del chico le respondió -De momento 334… en Word…
-Mmmm y… ¿Cuándo lo vamos a llevar? –Se intereso el bruno.
-K.o. -Remató Cristián acabando con su amigo -Ya lo he llevado… -Miró el monitor, un nuevo mensaje le esperaba.
A las siete.
Él preguntó por el lugar, sin embargo, el contacto se mostraba en "No Conectado". Cristián apagó la consola y obligó al otro a leer el comienzo del segundo libro, Víctor dio el aprobado y ambos salieron a la calle. Por el camino le comentó lo sucedido con Sarah. El moreno no quiso aceptar que Cristián estuviera con una chica, él era su mejor amigo, y no iba a permitir que nadie le usurpara a “Su Cristián” El barbilampiño volvió pronto a casa, sus padres le esperaban para almorzar. Una vez hubo terminado, se duchó y vistió, pero pasaron casi más de dos horas antes de que saliera a la calle. Comenzó a llover. El frío calaba sus huesos, pero la llama de su corazón lo animaba a seguir esperando.
Suponía que el móvil estaría en su propiedad. Aquellos ojos que vio tan solo unas horas atrás, lo habían cautivado; necesitaba más. Un chaparrón inmenso comenzó a caer, haciendo que se calara rápidamente. Detrás de él, unos tacones sonaban contra el suelo haciendo que el agua salpicase a su paso. Al llegar al lado del muchacho se detuvo y sus verdosos ojos se enfrentaron con los azules del doncel. Ésta le sonrió y tapándole con el paraguas dijo:
-Perdón… Aquí tienes... -Ofreció tendiéndole su teléfono -El autobús se retrasó y…
-Suffff -Bisbiseo poniendo un dedo encima de sus carnosos labios. -Lo importante es que has llegado.
A pesar de la oscuridad de la tronada, Cristián vio que las mejillas de Sarah enrojecían ligeramente. Sin darle más importancia la muchacha le agarró del brazo y emprendieron un paseo a ninguna parte, tan solo el silencio hablaba, hablaba amor.
El destino les había unido sin saber porqué. Media hora mas tarde la pareja entró en un cálido local. Contaron a lo sumo tres personas más el dueño del mismo. Ella pidió una "Coca-Cola", él una “Fanta” y juntos se sentaron en una mesa cercana a la barra, entablando una animada conversación.
-¿Dónde ibas antes de salvarme?
Cristián esbozó una leve sonrisa y clavó sus ojos en los de Sarah. Le encantaba mirar aquel verdor que albergaba tanta dulzura.
-Iba… -Deslizó sus ojos al pecho de ésta y de nuevo a su sonrisa -Esto… a la Sociedad de Autores, a registrar mi libro…
Mientras, Sarah jugueteaba picarona, dejando que su lengua se resbalase tímidamente en sus jugosos labios mientras bebía. Tuvo unas ganas irrefrenables de volver a besarla pero se contuvo y aguardó a que hablara -¿Así que eres escritor?
-Así es -Afirmó con la cabeza, pero se guardó el detalle de que el libro era compartido; eso no era relevante por ahora -¿Y tú? - Interrogó propinando un trago del vaso de tubo.
-¿Yo? -Preguntó coqueta; Cristián asintió, ella sonrió y de nuevo se miraron -Iba a ver a mi madre… -Entristeció de repente. Aguardó a que le preguntara, pero el tacto del muchacho le indicó que no era de su incumbencia. Al final, ante tal disciplina optó por compartirlo -Murió cuando yo era pequeña…desde que tengo uso de razón vivo con mi abuela…la llevaba flores… -De nuevo el joven se limitó a mirarla. No como antes, sino trasmitiéndole todo lo que sentía. Agradecida, se limitó a sonreír, secándose las lágrimas le preguntó:
-¿Puedo confiar en ti? – Cristián negó bromista -Llevo todo el día dándole vueltas y creo que el único que puede ayudarme eres tú…


[1] Nombre para designar a los Elegidos.

martes, 5 de abril de 2011

Capitulo 2: Sombras

¡Plaf!, sonó la mano de Javi contra su cara que enrojeció al instante debido al golpe; estaba en la terraza de su casa donde se encontraba su querido ordenador. No serían más de las diez de la mañana y ya estaba danzando por la red.
-Malditas moscas, no me dejan ni respirar –Farfulló él, ya que estos pequeños insectos revoloteaban a su alrededor, cosa que le molestaba pues le hacían perder tiempo en su laborioso trabajo – Jujuju, vais a morir… –Amenazó con el tono de voz propio de un loco.
Con una sacudida, cogió el insecticida del armario y se puso a rociarlo por toda la balconada, hasta que el aire acabó tan cargado que tuvo que volver a entrar en casa.
-Cof, cof, primero molestan y luego me echan de la terraza, ni que fueran mis primos –Maldijo éste -Ya verás cómo te coja enano estúpido –Dijo pensando en su primo al que odia con toda su alma -¡Si le pillo lo mato! -Gritó furioso.
Mientras su mente maquiavélica tramaba terribles planes contra la humanidad, su móvil comenzó a sonar con una musiquilla irritante. Javi, corrió por toda la casa en busca del teléfono; pero sin resultado. Cuando ya se daba por vencido, se sentó en un sofá del cuarto de estar, y para su sorpresa, debajo de él estaba el aparato; emitiendo aun los últimos acordes. Javi revolvió los cojines del sillón con habilidad gatuna, desenterrándolo de entre ellos.
-¡Miaaaaauuuu! –Saludó Javi con un maullido.
-Hola, ¿Vas a venir esta tarde a dar una vuelta? -Preguntó la voz de una muchacha al otro lado del auricular.
-Vale, ¿Dónde y cuando? -Preguntó Javi
-A las cuatro en el “Dragón” –Dijo ella.
-No, mejor a las cinco y media en el “Ahorramás”, ¿Vale? –Repuso él.
-OK. Adeu –Y se despidió con un sonoro beso.
Éste se disponía a colgar el celular, con tan mala suerte que uno de sus gruesos dedos tocó el botón de autocámara, cegándole con el Flash.
-Para que luego digan que el 3G, es la tecnología más fiable –Resopló Javi, restregándose los ojos, al tiempo que veía su cara pixelada en la pantalla del aparato.
La lacia melena del chico, tapaba gran parte de su rostro, dejando solo al descubierto la nariz y la boca.
Debajo de toda esa maraña, estaba Javi, un joven de diecisiete años, de complexión ancha. Su comportamiento alocado, es lo que le hace ser una persona entrañable, pero no hay que fiarse de las apariencias. Tras esa máscara que muestra ante el mundo, se esconde un Javi muy ladino, capaz de engañar hasta al mismísimo diablo. A la hora señalada se encontró con su amiga:
-¿Que tal “Alfonsa”? –Vociferó Javi, al cual le gustaba llamarla así -¡Cuánto tiempo!
-Ya… bueno, había pensado que podríamos ir al cine… Si quieres claro –Propuso Ángela.
-Vale, pero invito yo –Dijo Javi dándose importancia.
-Ok. –Sonrió mostrando una dentadura perfecta.
Paseando tranquilamente por la acera, observaron que el cine al que querían ir estaba en “Sol”, y, que para llegar allí tendrían que coger el metro. Así pues, se dirigieron a la estación de “La Elipa”, que era la parada más cercana a donde ellos vivían. Sabiendo, que el camino estaba en obras, al igual que la gran mayoría de Madrid, tuvieron que dar un largo rodeo para llegar.
Las calles de la metrópoli, eran un amasijo de hierros y ladrillos esparcidos por el suelo, con grúas y albañiles que trabajaban sin descanso, intentando dar sentido al caos que ellos mismos habían formado.
Los chicos, caminaban despreocupadamente entre aquél desbarajuste, observando, cómo cada vez menos espacios verdes quedaban en su ciudad. Los amigos, charlaban sobre sus cosas, sin darse cuenta de que habían tomado la dirección equivocada. Cuando se quisieron dar cuenta ya era tarde, el lugar en el que aparecieron era una estrecha callejuela cortada al tráfico, con una pequeña tienda de zapatos al fondo. Enfadada Ángela le espetó:
-¡Javi, no te das cuenta de que nos hemos confundido, y de que esta calle no tiene salida! –Apuntó con mirada inquisidora.
-Fíjate, no me había dado cuenta –Añadió Javi mordazmente –Pero… ¿no dice el refrán que todos los caminos llevan a Roma?
-Este no, ¡La calle está cortada! –Repitió Ángela por segunda vez.
-Ahhhh… siendo así ya podrías habérmelo dicho antes, es que de verdad hija mía, no sé en qué piensas últimamente –Regañó Javi -Bueno, salgamos por donde hemos entrado y sanseacabó, ya nos las apañaremos.
-Javi, son las seis, y la sesión empieza a las siete menos cuarto, o nos damos prisa o no llegamos -Apremió ésta.
Y diciendo esto, los jóvenes reemprendieron su camino, desandando lo andado, y escogiendo el camino correcto. Al fin dieron con la boca de metro.
-Alfonsa, de verdad, ¡Qué agorera eres!, si te digo que la parada ésta por aquí, es que ésta por aquí. Vamos tira para abajo… antes que me arrepienta de haberte llamado –Dijo el castaño sin admitir que se había equivocado.
Bajaron las escaleras que daban a la estación, e introdujeron sus Metrobús en las canceladoras, que sonaron con un clic metálico, accionando los tornos que hasta entonces impedían el paso. Una vez dentro, bajaron otra interminable serie de escalones alcanzando por fin al andén. Cuando llegaron, el vagón estaba partiendo; sus caras se desencajaron en una extraña mueca. El vagón había partido ante sus narices, igual que si les hubiera olido, y no volvería transcurrido un cuarto de hora mínimo.
-Metro de Madrid… Vuela –Satirizó Javi poniendo voz de anuncio -Deberíamos haber cogido el autobús -Rezongó éste.
-Y que lo digas -Corroboró Ángela.
Los desesperanzados amigos se sentaron en un banco, mientras observaban pasar el tiempo en el reloj gigante que colgaba a uno de los lados del andén.
Tras las obras realizadas hace un año, el metro de Madrid mostraba un aspecto más nuevo y llamativo que nunca. Las paredes estaban revestidas en azulejo blanco, y los carteles de información, se habían renovado, haciendo así más atractiva su estética. A los lados de las vías, habían colocado pantallas gigantes de plasma, en las que se podía ver con antelación la llegada de los vagones.
En aquella sala sólo se encontraban ellos, que, impacientes, esperaban la llegada de un nuevo tren. Ni un alma se dignaba a aparecer por allí, ni un rastro de vida, nada.
-Que pasa, ¿hemos cogido el peor día para ir en metro o qué?, ¡No hay nadie! –Refunfuñó Ángela.
-Ya ves, es lo que tiene el ser viernes, la gente se escapa del trabajo… se van de fin de semana… Vamos, que para nada tienen que coger el metro.
De improviso, con un estrépito, uno de los fluorescentes estalló, y con éste otro, y otro más, hasta que todo quedó a oscuras. La única luz que no se había apagado era la del lead del piloto de emergencia. Ante tal situación los muchachos empezaron a inquietarse, hasta que por fin Javi con miedo a no poder salir exclamó:
-Será mejor que nos marchemos -Susurró observando la sala con el rabillo del ojo.
Al no escuchar respuesta alguna, llamó a Ángela:
-¿Verdad Ángela que deberíamos irnos? –No hubo respuesta, solo el silencio le contestó -¿Alfonsa?
Javi se levantó de un salto del asiento y miró a su acompañante. Estaba paralizada, parecía como si un extraño metal la hubiese cubierto. Dirigió su meñique con la intención de tocar el frío latón, cuando un destello le cegó. Mirando atrás, vio una a una mujer erguirse amenazadora al otro lado del andén. La mujer vestía una prenda de satén rojiza, que hacía resaltar su media melena al igual que su capa de un rojo oro.
Javi, embelesado por la musa, no escuchaba lo que ésta decía:
-Dester Iquana Demisa.
No ocurrió nada.
Asustado, el joven corrió poseído hacia una de las salidas del subterráneo, pero al llegar cerca de las escaleras se detuvo horrorizado. De estas bajaban decenas de seres encapuchados. Aparentes sombras que parecían cernirse unas sobre otras con la intención de llegar hasta él. Éste se dio la vuelta y corrió cuanto pudo hacia el otro lado, pero al igual que de la otra salida, los sinuosos individuos emanaban de continuo. Volvió a su posición inicial, mientras veía impasible como le rodeaban.
-Tú al igual que los otros cuatro… -Su voz parecía melodía, enajenaba los sentidos, pero no a Javi, a este no le surtía efecto; agitando las manos, intentaba quitarse de encima a los extraños entes sin dejar de vociferar -Se te ha encomendado la misiva de portar la paz a Ylumian. –Viendo que no la escuchaba, enfureció y dijo:
-Siliten Perknetua[1], ¡Calla mortal! -Ordenó alzando la vista al tiempo que a Javi le desaparecía la boca, dejándole una expresión amorfa. Instintivamente dos bastas figuras le sujetaron.
-Haz caso a la mensajera -Advirtió -De ti y de los otros depende que Ylumian perdure o por el contrario se sume en una total hecatombe.
Asustado, la miraba con ojos desorbitados, viendo  como uno de los seres se le acercaba y con gran magnificencia se aposentaba con un cofre azul marino ante él. Javi dejó de gruñir y miró el arca. En la cubierta un as de picas sobre un fondo negro… no vio más, el ser abrió el baúl. En su interior se hallaba una pluma estilográfica de bellísimo talle. Ésta era de cristal biselado, con grabados en oro. Intentó abrir la boca mas el hechizo de la extraña aun perduraba, impidiendo hacer sonido alguno. Curioso, alargó la mano y cogió la pluma. La dama dio media vuelta y desapareció con un tintineo; junto con ella el cofre, las figuras y su conjuro. Al instante finas volutas de polvo fluorescente se elevaron en el aire, y empezaron a reconstruir lo que en un principio había sido destruido, devolviendo la normalidad a la estancia.
-Pagarás caro el no haber prestado atención a la Santísima


[1] Silencia tu lengua.

lunes, 4 de abril de 2011

Capítulo 1: Destino

Sobresaltado, Víctor se despertó. Todo había sido tan real, la sangre, la batalla…
Dándose cuenta de lo ocurrido el muchacho se incorporó y lanzó una fugaz mirada a su sombría habitación, en busca de algún rastro incierto. La única luz que apenas se vislumbraba era la de los pequeños hilos que se filtraban a través de los troqueles de las persianas; en el exterior casi todo era oscuridad. Aún tenso, el chico se levantó de su cama y se dispuso a mirar por la ventana; la semipenumbra inundaba las calles de aquel céntrico barrio, tan solo iluminado por las escasas farolas que adornaban la vía. El terraplén estaba mojado, debía haber llovido. Pequeñas balsas se arremolinaban formando charcos. Con esa visión y ya más relajado volvió a su cama, deteniéndose frente a un espejo que le devolvió su imagen reflejada. El vidrio mostraba la fotografía de un chaval de unos dieciocho años. Sus ojos de un abrumador ámbar se veían enmarcados bajo unas oscuras cejas; su cabellera despeinada y la sombra de una barba incipiente le daban un cierto aire salvaje. Vestía tan solo un pantalón corto de algodón, que dejaba al descubierto unas fuertes y bien torneadas piernas, cubiertas por un espeso vello que igualmente adornaba su torso desnudo. Víctor era un joven de temperamento afable, si bien terco a veces, cosa que ocasionaba discusiones con frecuencia entre sus más allegados. En el momento en el cual volvía a recostarse en su acogedora cama, su móvil comenzó a vibrar; esté descolgó el aparato y escuchó la voz de Cristián:
-¿Diga? –Masculló aun adormecido.
-¡We! ¿Qué tal? -Saludó Cristián.
-Na... aquí, que me acabas de despertar… ¿Te das cuenta de qué hora es? -Preguntó Víctor mirando el reloj.
-Las dos ¿Por? -Contestó Cristián tan campante.
-¿Pero “desgraciao”, tu no duermes? -Repuso de inmediato y un tanto indignado.
-En fin… Me ducho y voy -Dijo al momento que colgaba el teléfono sin dar opción a su amigo de responder.
Pasados no más de cinco minutos Cristián llamó a la puerta de Víctor, por la que éste salió a toda prisa, aún con la ropa en la mano.
-Calla, que están mis padres durmiendo -Pidió Víctor vistiéndose -Bueno, ¿Dónde vamos? -Dijo bajando aun más la voz.
-A la “Fuente del Berro”, a ver si está abierto -Rió Cristián -¿Va?
-Ah, vale -Contestó Víctor observando perplejo el pelo del chico totalmente seco.
El silencio era insoportable, aburrido.
La tenuidad de la luna mostraba los rasgos del otro. La sólida silueta de Cristián, de firme tórax y poderosos brazos y piernas, contrastaba con la dulzura de su rostro de adolescente, de rubios cabellos y azules ojos. La naciente barba, se concentraba en su barbilla, formando una pequeña perilla rubia. Los débiles rayos de luna que iluminaban sus facciones, se reflejaban en su semblante, haciéndole parecer aún más pálido. Cristián parecería un angelito si no fuese por la picardía que desprendían sus ojos al hablar. Era esa mezcla lo que más les gustaba a las chicas; la capacidad de parecer a veces tímido e ingenuo, y otras veces… de lo más desvergonzado.
El aire, transportaba una suave y fresca brisa nocturna que acompañaba el trasiego de los viandantes. Después de deambular por numerosas callejuelas y avenidas, llegaron a las puertas del parque de la “Fuente del Berro”, que se encontraban abiertas aunque la habitual entrada solía estar cerrada en la madrugada. Los portones chirriaban por el oxido acumulado en sus viejas bisagras; el viento soplaba especialmente fuerte esa noche. En el interior del parque sólo se veía lobreguez... Seguros de que la calígine era pura casualidad, los dos muchachos se adentraron en él. Un escalofrío recorrió sus cuerpos. La calima era espesa; casi se podía tocar con la mano aunque se deshiciera al cabo de unos pocos segundos. Ambos miraron todo lo que a su alrededor ocurría, pero solo se veía aquella misteriosa bruma. Minutos después, los amigos reemprendieron su paseo. Al avanzar, volutas de aire oscuro empezaron a tomar contacto con la niebla. Al hacerlo, estas partículas de metabolismo más consistente y denso hicieron que la fosca descendiera, dejando al descubierto un sendero. Los jóvenes se agacharon para desvelar lo que se extendía tras el humo y lo que sus ojos vieron fue un acceso que evolucionaba, convirtiéndose en un reguero de sangre escarlata. A la vista de ello, no pudieron disimular el miedo en sus ojos. Decididos a seguir, se introdujeron por aquel insólito camino que parecía trazado solamente para su paso. La suela de sus zapatillas, se pegaba en aquel fluido viscoso que cubría el trayecto, a un lugar todavía desconocido.
-Esto no estaba aquí, ¿Verdad? -Preguntó Víctor intentando parecer calmado.
-Ya sabes, Madrid está de obras -Burló Cristián.
Caminaron durante largo rato hasta llegar a lo que parecía el final del pasaje. Poco a poco la calina fue desvaneciéndose; dejando a la vista un camposanto. Los chicos divagaron en torno a él, decidiendo finalmente traspasar el umbral que les conduciría directamente al corazón del cementerio; en cuyo centro se elevaba una estatua. Tras sortear algunas tumbas, se colocaron delante de ésta para poder verla mejor. La escultura mostraba el enfrentamiento entre un Ángel y un Demonio, que se fundían en una encarnizada batalla, sin tregua, casi al borde de lo irreal. Ni uno ni otro parecían ceder a causa de las innumerables heridas sufridas en aquella disputa. Cristián alzó una mano para tocarla, y la figura comenzó a iluminarse, emitiendo discontinuos destellos. Después de unos breves fogonazos, la estatua se desplazó hacia la derecha, mostrando una abertura, por la que apareció tras leves instantes, una imagen encapuchada. Una vez la figura hubo salido del subterráneo, la efigie volvió a moverse, regresando a su posición original.
Con un gesto de su mano retiró la capucha, dejando al descubierto una larga melena dorada por la que sobresalían un par de orejas puntiagudas.
Era alta, esbelta, con grandes ojos color verde, que destacaban bajo unas finas cejas. Sus manos, estaban protegidas por unos guantes a juego con su túnica, color malva. La recién llegada parecía joven, mas su expresión denotaba todo lo contrario.  Víctor echó un paso hacia atrás, mostrándose reacio por lo que acababa de vivir. La mano de Cristián le agarró del brazo. Él quería quedarse.
-Conocéis muy bien quién soy, no temáis por favor –Imploró la mujer con voz sosegada, como si los siglos hubieran pulido su habla -Es un gran honor estar ante vosotros, elegidos.
-¿Elegidos?, ¿Qué? – Disimuló Cristián con voz entrecortada; actuaba -¿Nos estas vacilando?
-Zeifor, Arck… Nacisteis en este mundo sin saber nada, fuisteis concebidos bajo la protección de las tres diosas ¿Sabéis? –La señora se detuvo y mirando directamente a los ojos de los jóvenes, primero a uno y después al otro, continuó -Existen dos universos, dos realidades y… se están mezclando, un antiguo mal ha regresado.
-Segno Eivon Daxesferun[1] -Susurró.
Los dos árboles más cercanos crujieron. De la mismísima tierra brotaron gruesas raíces. Estas se extendieron frente a la dama y comenzaron a ascender, entrelazándose entre sí, formando una mesita en cuya cúspide se hallaban dos caléndulas casi idénticas.
-A Groso modo es eso. Esferas que se unen en un mismo punto. Cinco fueron los que nacieron en esta tierra sin saber lo que el destino les aguardaría. Ahora, nuestro mundo, está sumido en la más cruenta de las guerras. –Se tomo unos segundos para poder continuar - Hubo un tiempo en que todas las razas se aunaron para acabar con ella, pero lo único que se logró fue una paz momentánea y la muerte de muchos… -No pudo terminar la frase; una pequeña lágrima se vaticinaba por su sonrojada mejilla.
-Os necesitamos.
-Vale, vale -Respondió Víctor asimilándolo -Se supone que nuestros mundos están conectados, ¿No?, y… si por alguna extraña casualidad decidiéramos ayudarla, ¿Cómo llegaríamos hasta ese lugar?
-Víctor… No preguntes… ¿No ves que esta chalada? -Le murmuró Cristián al oído.
-Con esto, -La mujer dio una palmada, y los guerreros que en lo alto de aquella escultura luchaban por vencer al otro, dejaron el altercado, alzando el vuelo, cayendo finalmente a ambos lados de la enviada -Esta es la llave a nuestro mundo y al saber que subyace en vuestro interior. Cuando realmente estéis preparados, el poder de estos objetos despertará y podréis usarlo a voluntad. Sin embargo no conviene abusar de él; a la larga os podría jugar malas pasadas…
Y así pues los seres se acercaron a los muchachos, arrodillándose y ofreciendo a cada uno, un cofre; que recogieron con nerviosa celeridad. Una vez entregados, los alados abrazaron a su ama, cubriéndola con sus alas. Cuando las volvieron a abrir, la fémina ya no estaba, y aquellos individuos se habían convertido en dos hermosos árboles, de considerable envergadura y frondoso follaje. Ya no quedaba rastro de aquella situación; ni de la mesita o las esferas, nada, tan solo el viento que silbaba lejanas palabras…


[1] Venir a mí, esferas.