martes, 10 de mayo de 2011

Capítulo 7: Reflejos

-Celia despierta -Susurraba una dulce voz frente a su oído -te esperan.
La joven despertó empapada y sudorosa, la habitación estaba oscura y solo el brillo de la luna la alumbraba. Cogió una botella de agua de su mesilla de noche y le propinó dos largos tragos. Una vez saciada su sed, la muchacha se sentó en el borde de la cama y se puso a mirar la calle, algo estaba cambiado esa noche, todo estaba oscuro; las farolas parpadeaban al unísono y la anciana de enfrente no estaba espiando tras los visillos de la cortina, como solía hacer todas las madrugadas. Eso no era todo, había algo más…
Celia ya había dejado de sudar, más el ambiente se tornaba cálido y bochornoso.  Sus ojos caoba recorrieron de un extremo a otro la habitación, deteniéndose frente al espejo del armario. Se acercó a él; de ahí era de donde realmente procedía el calor. Una sombra se desdibujó fugaz, primero sobre la superficie de la botella y luego sobre el cristal. Frunciendo el ceño y recelosa acercó la mano, tocando el espejado vidrio; estaba frío. Suspiro aliviada, pero sin saber cómo hundió en el helado cristalino, mano y brazo. Intentó zafarse, pero no pudo. Sentía como si algo ó alguien estuvieran tirando desde dentro; la chica chilló y pataleó, pero no podía hacer nada. Aquella fuerza la empujaba hacia el interior, hasta que finalmente consiguió engullirla. La chiquilla cayó de frente contra el suelo; ya no estaba en su casa, sino en un extraño paraje aparentemente abandonado a no ser por una lúgubre caseta de piedra que se hallaba frente a ella. En la fachada, figuraban esculpidos cinco grabados, unidos entre sí por una estrella pentacular.
-¿Dónde estoy? –Preguntó -¿hay alguien ahí?
Al no obtener respuesta se levantó y se aproximó a la pared, donde un símbolo violáceo parpadeaba ocasionalmente. Alzó la mano para tocarlo, casi al tiempo que una fuerza la empujaba levantándola ligeramente del suelo. Una masa de aire la rodeo por completo, acariciándola de manera inofensiva. El vendaval ascendió y con él la chica.
Celia se mareó, desfalleció, dejando que la corriente la transportase. Pasaron varias horas hasta que recuperó el conocimiento. Miró a su alrededor y vio que estaba dentro de una especie de galería. El túnel estaba formado por un techo semicircular, en cuyas paredes, series de antorchas dejaban la sala en una semipenumbra ideal para los ojos.
Las candentes llamas bailoteaban. Las sombras danzarinas se reflejaban en las paredes de aquel subterráneo semejando diabólicos seres que parecían cernirse sobre la recién llegada. Decidida, caminó por el hueco, descendiendo hacia el interior del lugar. La superficie quedaba ya varios metros arriba. Llegó a una puerta de platino donde dos grandiosos pomos de diamantes hacían de tiradores. Una laboriosa cimbra de esmeraldas, decoraba la inmensa puerta. Tentada por la curiosidad  empujó la manivela, no pudo. Agarró las dos asas, pero nada. Estaba atrapada.